Las
voces
Primero el sonido de un animal
inimaginable.
Luego: el susurro de un insecto, el silencio de un
pez.
Y después las voces se tornan más y más altas.
La voz de un
ángel que recién ha muerto. La voz de un niño que se niega a convertirse
en un ángel con alas.
La voz de los tamarindos. La voz del color
azul. La voz del color verde. La voz de los gusanos. La voz de las
rosas blancas. La voz de las hojas arrancadas por las cabras. La voz de
la escupida de una serpiente. La voz de la placenta. La voz del latido
del corazón del feto. La voz del cuero cabelludo del cráneo cuyos
cabellos cuelgan detrás de una vitrina en un museo.
Solía pensar que
había sólo una voz. Solía esperar pacientemente a que esa voz
regresara y volviera a comenzar el dictado.
Estaba
equivocada.
Ahora ya no puedo contarlas. Ya no puedo tomar nota de
lo que quieren decir.
La voz del fantasma que quiere morir una vez
más, pero esta vez en un cuarto mejor iluminado y con fragantes flores y
con otros parientes. La voz del lago congelado. La voz de la niebla.
La voz del aire mientras nieva. La voz de la niña que aún ve
unicornios y conversa con ángeles cuyos nombres conoce. La voz de la
savia del pino.
Y después las voces se tornan más y más altas.
A
veces las oigo reírse de mi confusión.
Y cada una de las voces
insiste y cada una de las voces sabe que es la única y
verdadera.
Y cada una de las voces dice: sígueme sígueme y te llevaré
de la mano
–
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