Rincón de la eternidad
Conozco en Buenos Aires una plaza
de suelo natural,oscurecido,
en un barrio que cae hacia el ocaso.
Dejando atrás los altos miradores,
en los que atisba la ciudad del humo,
se llega -sin edad- a unos lugares
donde demora el ser.
Allí,la plaza con un solo banco
al pie de un árbol único y perenne,
anterior a un diluvio americano.
Todas las calles caen a esta plaza
desvaneciendo paulatinamente,
aun bajo un sol de mayo o de febrero.
Un hombre solo llega hasta ese banco,
solo y sabio en el aire apenas vivo,
y hombre y aire detiénense,pensando
acaso un solitario pensamiento.
Porque aquí la unidad es aquel árbol,
es un banco,es un hombre,es ese viento
que un día se detuvo distraído
y fundó su rincón de eternidades.
A veces posa el hombre la mirada
en las ramas del árbol, esperando
que alce su canto un ave misteriosa.
Y a ciertas horas,con la antigua pompa
ya un poco triste y repetida acaso,
suele llegar el grave mensajero
del fatigoso viaje.
Yo lo he visto
y he cerrado los ojos : de sus sienes
caía el mortecino atardecer,
y de sus manos blancas,tanta nieve
como para cubrir veinte ciudades.
Porque en la soledad ocurren cosas
y cantan aves y se ven países.
El aire apenas voluntad incierta,
arrastra alguna idea,alguna hoja
que rueda desde el árbol.
Yo contemplo
al hombre de la plaza,
el alejado que la ciudad ignora.
Las ciudades no saben - están lejos -
que una plaza como ésta es el exilio
donde el tiempo reúne tres instantes:
un hombre,
un banco,
un árbol.
Yo quería que ese hombre me dijese
cuál es la causa,cuál el purgatorio
que deslinda ese mundo con un árbol
y un banco y una plaza.
Pero el hombre es un hombre silencioso,
semejante al lugar donde las cosas
se hicieron una vez y ya no cambian.
Baja una mano y toca esas raíces
lentas como sus venas,como el aire
de sus encanecidas reflexiones.
¿Qué signos taciturnos demoraron
este lugar del éxodo?
Sí: transitan personas de ambos mundos
en lejandos pasajes y avenidas,
con sus trajes diversos.
La distancia
tiene ciudades, ruido, ceremonias.
Aquí no cuenta esa verdad, y el hombre
sabe apenas quién es el que destruye.
En la ciudad se tienen referencias,
vagas noticias de una plaza oculta,
que es como un valle donde cada tarde
detiene el sol un hombre pensativo.
Está en un límite de quietas sombras,
rumbo al ocaso : es fácil encontrarla,
yendo hacia el fin.
hay que buscarla siempre
cuando el silencio empieza,entre esas horas
de eternidad que tiene Buenos Aires.
de Tareas tristes y otros poemas- Antología,Centro Editor de América Latina.Buenos Aires.1967
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